dimarts, 9 de març del 2010

Igualdad


Hoy he vivido uno de esos encontronazos inesperados con el tema de las castas.

Estábamos en la oficina de nuestro cliente (el próximo viernes haré fotos y un pequeño video del trayecto que hacemos cada día en el rickshaw) y hemos salido un momento a fuera a hacer un descanso. Sentado en el porche estaba el conductor particular del jefe. Tener jardinero, conductor o algún tipo de asistente particular aquí no es nada raro. Y parece ser que tampoco lo es en otros sitios del mundo: el sábado, en la fallida excursión de submarinismo, había un chico de Zimbabwe que aseguró no ser de ninguna buena familia en especial pero que tenía dos sirvientas y un jardinero en casa, y que eso era “normal”. Supongo que es normal en cualquier país donde haya desequilibrios de clases profundos como en estos.

Volviendo a la historia, mi compañero de proyecto Karl, que tiene una facilidad para enrollarse con cualquiera que se cruza en su camino como no había visto en nadie, se ha puesto a hablar con el conductor. Nos ha explicado que vive en una zona cercana al aeropuerto (si es la que vimos al pasar por ahí tela marinera) y después de charlar unos minutos le hemos dado la mano para despedirnos. Su reacción ha sido instantánea: nos ha cogido la mano que le tendíamos con sus dos manos como si estuviera sosteniendo un tesoro y la ha sostenido unos instantes.

“¿Pero qué haces?”, le hemos dicho de la manera más educada posible. “Es que yo estoy en la escala más baja de las castas y no os puedo dar la mano como los demás”, ha respondido. Todavía no me lo he quitado de la cabeza. Ahora seguro que os imagináis a un hombre mayor, harapiento, no muy limpio,… En absoluto. Es un chico joven, vestido como cualquier otro, con una sonrisa encantadora y con un trabajo tan digno como el de cualquier otro que es hacer de chofer. Y sin embargo no puede darle la mano a otra persona porque alguien decidió que él vale menos que los demás. Lo siento pero esto me supera, no encuentro justificación posible a esto por mucho que el libro que estoy leyendo ahora insista que este concepto de igualdad no es ninguna verdad universal sino una invención más o menos con sentido de la cultura occidental.

Hoy hemos acabado el diseño de la base de datos para el control de las aportaciones de cada empleado en función de los donantes y se lo he estado explicando al responsable de informática para que vaya pensando cómo implementarlo. Es un chico que parece bastante espabilado (no para de preguntarme por los mainframes!) y creo que lo ha entendido todo, pero tengo la sensación de que mucha proactividad no tiene (aunque esto me parece que podría decirse del 99% de la gente de por aquí). Le he puesto bastantes de deberes para el viernes para que empiece a implementar el sistema y se vaya responsabilizando del mismo. A ver qué acaba haciendo…

Mañana, mientras el chico de informática trabaja, nos dedicaremos a preparar una sesión para el jueves de “hacer equipo” con las tres empleadas. Se tratará de hacer entre todos las presentaciones de márqueting para ir a los potenciales donantes, ensayar cómo presentarlas y hacer algunos de esos juegos para crear un poco de espíritu de equipo, que más bien brilla por su ausencia.

Por cierto, no os enseño las presentaciones que han estado usando hasta ahora pero son todas tipo colores pastel, letras de títulos de telenovela, etc, etc. De hecho encaja con algunas de las decoraciones no estrictamente hindús que vimos el día que estuvimos en casa de una de estas chicas: fotos en marcos de corazones rodeados de flores de colores los más chillones posibles, muñecas llenas de lazos enormes,… en fin, lo que a la mayoría nos parecería una horterada monumental. Esto me recuerda un poco cuando estuve en Japón: encontrabas una tienda con los artículos de artesanía tradicional más bonitos que uno pudiera imaginar y, justo al lado, las cosas más kitsch que el mundo occidental es capaz de producir. Es como si estas culturas milenarias, cuando quieren adoptar alguna de las formas artísticas de nuestro mundo, solo se fijaran en aquello que para nosotros no vale ni un duro. Aunque habría que ver qué piensan ellos de las selecciones artísticas que hacemos nosotros de su cultura!

Las plegarias de hoy van pues para Saraswati, la diosa de las artes, para que nos ilumine a todos un poco en temas artísitcos. Y tal vez para que alguien me diga que ante algo como la musica no somos todos iguales.

(para los amigos de Barcelona: aunque insistáis en quejaros por la Renfe y los coles, yo que no sufriría ninguna de las dos cosas, me dais un poco de envidia con esto de la nevada!!!)

3 comentaris:

  1. Pues lo siento, amigo, pero ante la música no somos iguales: hay unos que tienen oído, y otros que no, unos que pueden tocar violín (que requiere oído absoluto), y otros que no se atreven cantar ni en la ducha. Hay unos a quienes les encanta escuchar a la "Camisa negra"y otros, que flipan en colores con las barbaridades de John Cage (y te lo aseguro y según los criterios de algunos intelectuales, los últimos serán muy superiores a los primeros). Y en cierta medida tiendo de ponerme de acuerdo con tu libro, que lo de igualdad es un invento: pero donde tu has visto igualdad en nuestra sociedad? El ser humano tal como es hoy en día es hipócrita y las sociedades humanas son hipócritas, sean occidentales o orientales.
    Lo que tenemos que procurar de recordar cuando nos encontramos con las culturas como la de la India, que ellos viven en un mundo completamente distinto, sin embargo nosotros cuando vayamos allí intentamos evaluarlo todo desde nuestra realidad. Pues no funciona así, tenemos los sistemas de coordinadas diferentes.
    Y sí, la nevada fue espectacular;-))

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  2. Doncs sí, molt frustrant l'anècdota. I encara que aquest sistema de castes sigui collonudíssim per l'equilibri universal, no deixa de ser una puta merda vergonyosa.

    Guillem

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  3. El punto, Mme Irina, es que independientemente de si uno tiene buen oido o no tanto, o si le gusta un tipo de música u otro, creo que la gran mayoría de las personas nos emocionamos con algun tipo música, porque todos somos humanos y estamos hechos de las mismas "fibras". Y eso no tiene que ver con las habilidades que luego tenga cada uno y que, obviamente, nos hacen diferentes y nos hacen cubrir un puesto u otro en la sociedad. Però el principio de que a un nivel más allà de nuestro logros o funciones en la vida somos iguales no creo que se deba renunciar, incluso si acaba siendo un acto de fe.
    Ya sé que esto requerirá una discusión más a fondo cuando vuelva.... :)

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